Sistema de reparto estatal y naturaleza humana


 

Sistema de reparto estatal y naturaleza humana

Los sistemas de reparto estatal están considerados como quebrados en gran parte del mundo. Desde un punto de vista económico, la razón es sencilla: no hay suficientes contribuciones de los aportantes activos para sostener los sueldos de los jubilados.

En el caso particular de Argentina, el problema es aún más grave debido a dos factores principales:

1.     La introducción de las moratorias previsionales durante los gobiernos kirchneristas, que permitieron jubilarse sin haber realizado los aportes requeridos.

2.     El marco de regulaciones laborales rígidas, que encarece el empleo formal y promueve la informalidad. Esto genera un elevadísimo porcentaje de trabajadores que no realizan aportes al sistema.

Además, el dinero que el Estado nos extrae de forma coactiva no puede convertirse en ahorro individual, lo que impide su canalización hacia la inversión productiva. Esta falta de inversión restringe el crecimiento de la riqueza general y el mejoramiento de la calidad de vida.


La lógica interna del sistema: dependencia infinita

La lógica del sistema de reparto estatal es simple, pero profundamente problemática: algunas personas deben ser forzadas a sostener a otras.

Desde una perspectiva lógica, esto puede representarse así:

“X existe porque Y lo sostiene, Y existe porque Z lo sostiene, Z existe porque W lo sostiene…”, y así sucesivamente.

Esta estructura refleja exactamente la lógica de un esquema Ponzi. Y, en efecto, el sistema de reparto estatal es un esquema Ponzi forzado.

A diferencia de los esquemas Ponzi voluntarios, que colapsan cuando dejan de ingresar nuevos participantes, el sistema estatal intenta evitar ese colapso mediante la coacción: obliga a nuevas personas a seguir aportando, con el objetivo de mantener el sistema en pie indefinidamente.

Aquí surgen dos objeciones fundamentales:

·         Primera objeción (moral): Algunos son forzados a vivir para otros, lo cual nos hace partícipes de un esquema basado en la esclavitud.

·         Segunda objeción (estructural): El sistema es intrínsecamente inestable, como veremos a continuación.


Inestabilidad estructural

El sistema de reparto estatal es inestable por múltiples razones. Entre ellas, destacan dos factores demográficos clave:

·         El aumento de la esperanza de vida, que prolonga el período durante el cual una persona percibe beneficios sin aportar.

·         La disminución de la tasa de natalidad, que reduce el número de trabajadores activos disponibles para sostener a los jubilados.

Sin embargo, más allá de estos aspectos, existe un problema aún más profundo: el sistema carece de una base real de sustento, ya que se apoya en una abstracción infinita.

La cadena de dependencia no termina nunca:

“Y sostiene a X, Z sostiene a Y, G sostiene a Z…”,

y así al infinito. En última instancia, no hay un punto de apoyo real que sustente el conjunto. El sistema entero es una construcción flotante, sin cimientos sólidos, como una torre que se eleva sin base.


Naturaleza humana y falacia del colectivismo

Un problema adicional, aunque relacionado, es que el ser humano es, por naturaleza, un ser autoimpulsado:

·         Nadie necesita que otro le ordene caminar para caminar.

·         Nadie necesita que otro le diga qué pensar para pensar.

·         Nadie necesita que lo obliguen a comer para alimentarse.

Caminamos, comemos, pensamos y nos desarrollamos por voluntad propia.

No somos engranajes de una “entidad social superior”, como si fuésemos células de un gran organismo. Vivimos con otros, pero no somos partes de otros. Cada individuo es una unidad autónoma, con dignidad y agencia propias.

Por eso, el sistema de reparto estatal se basa en un razonamiento equivocado: plantea que un elemento sostiene a otro, que a su vez depende de otro, sin que exista un fundamento estable que sostenga el todo.

Y dado que el ser humano no es una parte subordinada, sino un todo autónomo, no puede vivir únicamente en función de otro. La lógica del sistema de reparto es incompatible con la libertad individual y con la verdadera naturaleza humana.


Respuestas a objeciones frecuentes

1. “¿No es la solidaridad un valor fundamental que justifica el sistema de reparto?”

La solidaridad, sin duda, es un valor fundamental para la vida humana. Pero la solidaridad forzada deja de ser un valor moral. Cuando se impone por coacción, ya no es un acto voluntario, sino una forma de obediencia. Un robot programado para ser solidario no es realmente solidario; lo mismo ocurre con un ciudadano obligado a serlo por ley.

Los valores morales deben ser percibidos y elegidos por la conciencia interior de cada individuo.

Además, para quienes no pueden sostenerse por sí mismos, existen alternativas no coactivas más sanas y humanas, tales como:

·         Redes familiares y comunitarias de apoyo.

·         Fondos privados de ayuda mutua o seguros voluntarios.

·         Organizaciones benéficas financiadas libremente por los ciudadanos.

La solidaridad impuesta es despotismo moral.
La solidaridad libre es virtud.


2. “¿No vivimos dentro de estructuras sociales como el lenguaje, el mercado, o las normas morales?”

Sí, es cierto que los seres humanos no vivimos en aislamiento. Siempre estamos insertos en estructuras colectivas que nos influyen, como el lenguaje, la cultura o las instituciones.

Pero estas estructuras no son entidades autónomas que existen aparte del individuo. Por el contrario, emergen de millones de acciones individuales entrecruzadas. Lo colectivo trasciende al individuo, pero no lo contiene como una parte subordinada.

El lenguaje, por ejemplo, no es impuesto desde arriba, sino que surge de la interacción espontánea entre personas, generación tras generación. Lo mismo ocurre con el mercado o las costumbres morales.

Lo social no es un organismo del cual somos células. Es un fenómeno interno a los vínculos entre millones de individuos.

Somos “con” otros, pero no “partes” de otros. Lo colectivo es el resultado no planificado de la libertad individual. Por eso, ninguna estructura social tiene autoridad para anular la autonomía de quienes la conforman.

Fermín Garay 



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